Hace muchos años pasé un mes estudiando árabe en Túnez. ¿Os he dicho que estudié Filología Semítica?
Como podéis imaginar, la experiencia fue increíble. Magnífico país y magnífica gente la que conocí. Mantengo dos amigos -os hablo del año 1998-: Mi amigo Daniel de Rumanía y Alex de Canadá.
Cuando terminó aquel mes de curso, cada uno volvimos a nuestra rutina. Yo me hice mi primera cuenta de correo electrónico para mantener el contacto. Incluso chateaba de vez en cuando con Daniel.
Alex es periodista. Se marchó a trabajar un tiempo a París. Siempre recordaré que Alex me cayó bien en el momento que lo vi en una excursión del instituto en el que estudiábamos porque estaba cantando canciones de Abba con una amiga.
Un buen día, meses después de habernos despedido, recibí una tarjeta de una mariquita que se llamaba Annabelle. Dentro, unas letras de Alex diciendo que al verla se había acordado de mí.
Años más tarde, Alex y su pareja Geneviève vinieron a España por primera vez. Estuvimos con ellos un par de días.
Seguimos manteniendo el contacto y la amistad. Vinieron las bodas, los niños,…
En 2010 incluso pasamos una semana juntos en la Costa Brava.
Normalmente las noticias son buenas, pero a veces no tanto: el fallecimiento hace 3 años del padre de Alex o un mail precioso a la vez que triste que recibí ayer.
Geneviève nos contaba que su madre había pasado a formar parte de los copos de nieve -les flocons-.
Es curioso cómo nuestros caminos se juntan. Imagino que eso es amistad; cuando yo daba a luz a mi primer hijo, miles de kilómetros más allá la hermana de Geneviève daba a luz a su hija. Ayer nevó en Madrid. Así que desde aquí pudimos sentir que la madre de Geneviève formaba también parte de estos copos. Era como si la nieve fuera nuestro nexo. Nuestra manera de abrazarnos.