música

The Divine Comedy

Sometimes at night the darkness and silence weighs on me. Peace frightens me. Perhaps I fear it most of all. I feel it’s only a facade, hiding the face of hell. I think of what’s in store for my children tomorrow; «The world will be wonderful», they say; but from whose viewpoint? We need to live in a state of suspended animation, like a work of art; in a state of enchantment… detached. Detached.

Como siempre, los conocí tarde. Miguel Ángel me los “presentó” cuando salió el disco Casanova, pero no les hice mucho caso. Fue en el año 2000 cuando recuperé ese disco para no dejar de escucharlo durante una buena temporada. Cuando me da por algo, me convierto en obsesiva-compulsiva. Escuché el Casanova hasta la saciedad sin imaginar, por aquel entonces, que The Divine Comedy se convertiría en un compañero de viaje.

Cuando te enamoras y eres correspondido vives en tu propio musical. No voy a hacer un inventario sobre los síntomas del amor, eso ya lo hicieron hace siglos en El Collar de la Paloma. Cuando te enamoras, descubres que tienes cosas comunes con tu alma afín y empiezas a darle crédito al destino y a la teoría de la media naranja (o de la langosta según Phoebe en Friends). En nuestro caso descubrimos que no nos gusta el queso, que nos gusta la pizza hawaiana y, The Divine Comedy.

En octubre de 2001 Antonio y yo hicimos un viaje muy especial por Cantabria. Económicamente hablando fue un poco precario, pero eso también le dio su encanto. No condujimos nuestro moribundo Ford Fiesta, sino que mi padre nos prestó su coche (es gracioso pensar que la banda tiene una canción que se llama Your daddy’s car). Íbamos con un millón de Cassettes, pero básicamente escuchamos The Divine Comedy. Nos acercamos a Bilbao porque actuaban en la sala Azkena. Recuerdo que, paseando por la ría cerca del Guggenheim vimos a Neil Hannon (el cantante) con una chica y un chico y, como no sabíamos dónde estaba la sala Azkena, decidimos seguirlos. Efectivamente, nos condujo a la sala y como faltaba tiempo para que empezara el concierto nos fuimos de pintxos. Neil entró en el bar donde estábamos y salió a pedir fuego. Le ofrecí mi mechero muy cortada.

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Creo que aquél fue el concierto más especial que hemos visto de The Divine Comedy. No el más largo. Ni el que mejor sonó; pero sí el más especial.

Y nos plantamos en 2002. Hoy hace 11 años que nos casamos. No hubo Vals. No hizo falta. Bailamos al son de The Divine Comedy y en aquel momento desapareció la gente. Solos nosotros dos y la música.

Con los años la banda nos ha ido acompañando, como en la vida, en lo bueno y en lo malo. Soundtrack to our lives.

En octubre de 2010 viajamos con Diego a Donosti. Según pasan los años, la logística de los viajes se complica –por la cantidad de bártulos- y se simplifica –en cuanto a tecnología-. No necesitas una bolsa llena de cassettes, basta con un ipod o similar. Recuerdo que en un momento de este viaje puse Bang goes de Knighthood y Antonio me preguntó si me había dado cuenta de que siempre que nos vamos de viaje, escuchamos The Divine Comedy. Lo cierto es que no me había parado a pensarlo hasta que me lo dijo, pero tenía razón.

El último viaje pastel que hicimos Antonio y yo fue a Gerona en noviembre de 2012. Fuimos, precisamente, a ver a Neil Hannon al auditorio de la ciudad y pasear de la mano. Fue sin duda un viaje especial. Y el concierto –el que mejor ha sonado sin duda- me hizo sentir que la banda es parte de nosotros. Sigue siendo parte de nuestras vidas y cuando lleguemos al final sonará Tonight we fly.

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