Adopción, Infertilidad

Expediente abierto

Un buen día recibes una carta con el sobre de la Comunidad de Madrid. Casi se te olvida que la burocracia sigue su curso.

Estimado bla, bla, bla… queda abierto el expediente número no-sé-cuantitos.

un peldaño más. Ahora toca pedir cita para hacer los cursos. No tardan mucho. Cuatro sábados. Dos horas cada sábado.

El curso lo llevan una psicóloga y un trabajador social. Parejas en círculo que atienden lo que tienen que decirnos. Recuerdo especialmente la insistencia en recordarnos que la adopción no es una acto de caridad. Que si verdaderamente lo pensábamos, ése no era nuestro sitio. Recuerdo las parejas que estaban con nosotros. Nuestras presentaciones. Qué nos llevó a adoptar. Qué se nos pasó por la cabeza cuando nos comunicaron que no podíamos tener hijos.

Recuerdo especialmente una de las parejas. Ella era psicóloga. Cuando le preguntaron qué se le había pasado por la cabeza contestó:»Por fin un problema de pareja real». Ese «por fin» no era de anhelo en absoluto; sino de súbita aparición. ¿Quién nos lo iba a decir?

Cuando emprendes un camino conjunto con la persona con la que decides compartir tu vida, sabes que ha de pasar… pero no imaginas que sea ya. Tan pronto. De esta manera.

De aquellas reuniones recuerdo muchas cosas. Muchas. Fue duro pero a la vez enriquecedor. ¿Os imagináis sentaros por grupos, que os den un «catálogo» de niños y os hagan elegir uno? No es lo habitual, pero puede pasar. ¿Por qué lo eliges? Te preparan para eso y para hacerte a la idea de que no sabes el estado de salud en el que se encuentran los niños adoptados. No puedes exigir información porque la propia Agencia de Adopción carece de dicha información.

El curso de adopción sirvió para mucho más de lo que en un principio pensaba. Sirvió porque uno de los ejercicios que hicimos fue hablar de las diferencias entre un hijo adoptado y un hijo biológico. Este ejercicio hizo definirme. Posicionarme: si había una posibilidad, por pequeña que fuera, me habría gustado intentarlo. Quería vivir eso.

Hablar. Hablar. Hablar. Estar de acuerdo. Íbamos a intentarlo.

 

amistad

Les flocons

Hace muchos años pasé un mes estudiando árabe en Túnez. ¿Os he dicho que estudié  Filología Semítica?

Como podéis imaginar, la experiencia fue increíble. Magnífico país y magnífica gente la que conocí. Mantengo dos amigos -os hablo del año 1998-: Mi amigo Daniel de Rumanía y Alex de Canadá.

Cuando terminó aquel mes de curso, cada uno volvimos a nuestra rutina. Yo me hice mi primera cuenta de correo electrónico para mantener el contacto. Incluso chateaba de vez en cuando con Daniel.

Alex es periodista. Se marchó a trabajar un tiempo a París. Siempre recordaré que Alex me cayó bien en el momento que lo vi en una excursión del instituto en el que estudiábamos porque estaba cantando canciones de Abba con una amiga.

Un buen día, meses después de habernos despedido, recibí una tarjeta de una mariquita que se llamaba Annabelle. Dentro, unas letras de Alex diciendo que al verla se había acordado de mí.

Años más tarde, Alex y su pareja Geneviève vinieron a España por primera vez. Estuvimos con ellos un par de días.

Seguimos manteniendo el contacto y la amistad. Vinieron las bodas, los niños,…

En 2010 incluso pasamos una semana juntos en la Costa Brava.

Normalmente las noticias son buenas, pero a veces no tanto: el fallecimiento hace 3 años del padre de Alex o un mail precioso a la vez que triste que recibí ayer.

Geneviève nos contaba que su madre había pasado a formar parte de los copos de nieve -les flocons-.

Es curioso cómo nuestros caminos se juntan. Imagino que eso es amistad; cuando yo daba a luz a mi primer hijo, miles de kilómetros más allá la hermana de Geneviève daba a luz a su hija. Ayer nevó en Madrid. Así que desde aquí pudimos sentir que la madre de Geneviève formaba también parte de estos copos. Era como si la nieve fuera nuestro nexo. Nuestra manera de abrazarnos.