Hace dos años estuve casi todo el día en el Hospital Doce de Octubre.
Y es que iba al hospital cada dos por tres ya que un embarazo gemelar, a partir de una semana concreta -creo recordar que la 28- se considera de riesgo.
Aparte de las monitorizaciones y consultas pertinentes, dio la casualidad que ese día teníamos cita para «ver la trastienda». El hospital, en su política de acercarse al paciente y hacer el acontecimiento del parto lo más natural posible, lleva a un grupo de personas por las distintas estancias explicando qué sucede en cada una de ellas: salas de monitorización y un paritorio -solo uno- donde explican distintos métodos de dar a luz.
Una de las doctoras que me reconoció ese día estaba emocionada por la posibilidad de ser ella la que trajera al mundo a Martín y Bruno: un parto gemelar. Fue muy amable y ella misma me dijo que del 29 no pasaba. Estábamos a 24 de noviembre. Me pidió permiso para hacer una maniobra y facilitar a mi cuerpo ponerse de parto. Horas más tarde nos fuimos con Diego a Ikea y empecé a no sentirme muy bien. Y poco después, en casa de mis padres, me di cuenta de que unas molestias venían periódicamente. Decidí ir al hospital. Prefería ir allí con una falsa alarma a tener que buscar niñera a las 4 de la mañana.
Mis padres se quedaron con Diego y Antonio y yo nos marchamos al hospital. Recuerdo lo mucho que sentí no haberme despedido de Diego. Muchísimo.
La falsa alarma resultó no ser tal y empezó el baile de la monitorización y las contracciones. Comparado con el parto de Diego, la verdad es que se me hizo muy llevadero. Un parto muy bonito el de Martín y una cesárea muy caótica la de Bruno. A las 2.00 de la mañana Martín nacía y media horita más tarde vino Bruno. Por fin les poníamos cara.
Después de nacer Martín comenzaron los ginecólogos a maniobrar para recolocar a Bruno y que naciera de parto natural. No pudo ser y comenzó una cesárea de la que poco recuerdo. Sólo recuerdo mucho movimiento. Mucha carrera y que nadie me informaba de si el bebé estaba bien o no. Poco después me dejaron hablar con Antonio por un teléfono y fue él quien me dijo cómo estaban los chiquitines.
Dos chiquitines a los que separábamos en la cuna y ellos solos se buscaban y se juntaban. Ése fue el inicio. Mucha piel de gallina desde entonces. Muchas lágrimas de emoción.
Agradecí infinito las muestras de cariño de la gente. Esas primeras visitas al hospital. Las noches en vela de mi madre. La atención de Antonio, que hacía lo posible por atender a Diego y después atendernos a nosotros tres.
Recuerdo llegar a casa y ponerlos en sus cunas. Todo tan distinto a Diego. Y lo bonito y mágico que me parecía todo. Esos primeros meses muy cansados. Pero muy bonitos a la vez. Las mañanas con Martín, las tardes con Bruno. (sus biorritmos eran distintos), las llantinas, intentar no desatender a Diego, el caos para salir de casa, la ayuda de la familia.
Desde entonces, mucho trabajo. Mucho cansancio. Mucha felicidad. Mucha.
Y me quedo con eso.
En esos primeros días de Martín y Bruno ver a Diego entrar en la habitación del hospital para conocer a sus hermanos fue para mí una de las cosas más bonitas que he vivido nunca.
Así que valga este post para felicitar a los dragones: a Martín y Bruno en su segundo cumpleaños y a Diego por llevar dos años siendo hermano mayor.