Pasada la media noche el seis de febrero de 2010 cambiaron nuestras vidas para siempre. Algo más de 3 kilitos de persona que hoy, 17 kilos más tarde, cumple 4 años.
Diego hizo realidad nuestros sueños. Es especial y lo sabe.
¿Cuándo ha crecido tanto? Es algo que me pregunto mucho últimamente, cuando habla y dice cosas que me desconciertan. Está muy mayor.
Os voy a contar cómo viví los días 5 y 6 de enero de hace 4 años.
Tenía revisión. Salía de cuentas el 1 de febrero y nos habíamos pasado ya 5 días. Las revisiones eran en una sala junto con otras tres futuras madres. Nos monitorizaban y miraban si el cuello del útero había empezado a borrarse. La monitorización de Diego no fue regular. A veces se iba. No era la primera vez que pasaba; así que me dijeron algo así como que «ya está haciendo otra vez estas tonterías. Seguro que tienes un Indurain que le late el corazón cada media hora, pero es mejor no arriesgarse ahora que te has pasado de fecha una semana».
Me explicaron el papeleo a seguir y me dijeron que me quedaba en el hospital. Fui donde me dijeron para ingresar. Diego ya iba a venir. Mi madre esperaba fuera y me acompañó en todo momento. Antonio en la oficina saldría antes. Sin prisa. Esto lleva tiempo. Antonio y yo íbamos a haber ido al cine esa noche a ver «The Road». 4 años despúes todavía no la hemos visto.
Recuerdo los primeros reconocimientos, dolía. Un poco bestias. Recuerdo el mimo de los enfermeros y auxiliares. La sensación de hallarme en un videojuego y tener que ir pasando niveles. la máquina que medía las contracciones. El dolor hasta que deciden ponerte la epidural.
Cuando vinieron a romper la bolsa se enfadaron porque comenté que les había dicho que la gente dice que duele. No se enfadaron conmigo. Se enfadaron por el flaco favor que hacen esos comentarios. Respuesta tajante:»no hay terminaciones nerviosas, no puede doler». No se equivocaron. No duele.
Vienen a verte. Estás dilatada de 3. Pasan horas. Piensas que no has dilatado mucho más. Vuelven a verte. Estás lista.
Te llevan al paritorio y hay mucha gente. Antonio al lado. Confiamos en ellos. Muy pendientes del bebé y de mí. Sensación de nervios, ¿lo estaré haciendo bien? Gente que mira lo que parece un reloj. Que te anima a que aprietes. Alguien que se pone encima y ayuda a que el bebé ceda y baje. Cuando las contracciones ceden, el bebé retrocede. No hay tiempo que perder; me explican que el bebé ya ha sufrido mucho y que utilizarán forceps. Antonio tiene que salir. Me explican que la cicatriz será más grande de lo normal por el hecho de tener que utilizar forceps. Me dicen que cuando note la contracción tendré que empujar como nunca. Pregunto si el bebé está bien. Me dicen que abra los ojos porque ya está allí. Lloro. No puedo evitarlo. Pido perdón -no sé por qué- y me dicen que es normal. Antonio entra y me besa. Diego es rojo. Muy rojo. Llora. cuando me lo ponen encima se calma.
Y dejó de ser exclusivamente mío, pero no importaba porque ya estaba ahí.
Anécdota: durante el largo tiempo de espera en la sala de dilatación pasaba a reconocerme gente distinta. Uno de ellos horas después pasó por delante del paritorio y le preguntaron si quería ver un parto. Estuvo a mi lado cuando Antonio tuvo que salir. En realidad era un médico de familia que no sé muy bien qué hacía en el hospital aquella noche. Pero sí que comentamos tiempo después que teníamos la sensación de que si te pones una bata, pasas por médico o residente y nadie te pregunta. Repito que era una sensación.
Después de salir del paritorio estuvimos una hora en una sala antes de subir a planta. Esos lapsos de tiempo para mí pasaron volando.
Estos cuatro años han pasado muy rápido. Veo fotos y sin duda hay un antes y un después del embarazo y del nacimiento de Diego. La expresión es tranquila. Feliz. Diego nos sienta bien.
Te quiero Diego. Feliz cuarto cumpleaños
NOTA: El nombre del post es cómo decía Diego «cumpleaños feliz» cuando estaba aprendiendo a hablar.