Antonio, Europa, Pensamientos, refugiados

Hong Kong-Amsterdam. Marzo 2016

Hoy el texto no lo pongo yo. El pasado 2 de marzo Antonio escribió en el muro de su Facebook algo que creo merece ser compartido. Pedidos los permisos pertinentes procedo a dejarte esta obligada lectura. Después del texto te dejo un enlace a un post que encontré ayer y que está relacionado con las palabras prestadas de Antonio.

Feliz finde

Será maravilloso,… Volar.

Escribiendo desde el avión. Sí, es cuando tengo tiempo. Sí. Lo sé. Suena raro. Yo también lo veo raro. Me veo raro escribiendo. Y esto se publicará en cuanto aterrice y el teléfono móvil se conecte a su red preferida.

Me gustan los aviones. Me gusta volar. Los vuelos largos, más que los cortos. Si. Lo sé. Son un coñazo. Cuando me dejaban volar en Business tenía más gracia. Por el glamour de «ir en Business», así, en plan europarlamentario. Pero incluso en turista, siempre que pueda estirar las piernas, mola.

Y digo volar, no viajar. Hablo sólo de cuando lo hago por trabajo. Por supuesto, con Anabel y los dragones me encanta viajar y volar. Por trabajo, preferiría viajar menos o no hacerlo. Pero los largos vuelos tienen su aquel.

Creo que lo que me gusta, es que en un avión no hay nada que hacer. No hay distracciones. No hay teléfonos que suenen, ni correos electrónicos, ni » guasaps». Ni televisión ni zapping.
Ni Internet, por lo que no hay Facebook ni Twitter ni Instagram, ni ninguna de las redes sociales que me absorben. Tampoco puedes hablar con nadie. Mis compañeros de viaje, en este caso, un chino en estado «vegetativo», por lo profundo de sus ronquidos y un holandés muy concentrado en su tarea de periodista de investigación o de escritor de novelas en fase de documentación, no invitan a ello. No suelen diferir mucho en otros viajes. Y aunque fueran o aparentaran ser más interesantes, no soy yo mucho de ponerse a hablar con cualquiera.

¿Que hago durante los vuelos?. Si son de noche, básicamente duermo. Mi madre sabe de mi capacidad para dormirme en cualquier sitio y los aviones no son una excepción.

Si son de día, para qué engañarnos, también duermo alguna que otra vez. Si no duermo, aprovecho para adelantar trabajo atrasado. Y si no voy demasiado apurado por trabajo o si las ganas son menos, entonces leo. Leer en los aviones tiene un encanto especial, un no sé que. Estoy convencido que el 99% de vosotros identifica el escenario ideal de lectura con una terraza a la sombra un día de verano, con la brisa del mar refrescando el ambiente. O en un butacón a la vera de una chimenea. Para mi esos escenarios implican distracciones. El propio atractivo del escenario induce a ensoñaciones que evitan una atención plena en la lectura. En un avión, vuelo de doce horas, no hay lugar para distracciones. Sólo cabe la concentración en la lectura o el aburrimiento mortal. Si la lectura es lo suficientemente interesante la falta de distracciónes me lleva a un disfrute pleno de la misma. Y si es acompañado de un vasito de vino de Oporto, como es el caso, mucho mejor.

Sin embargo, no siempre la lectura elegida o disponible es la más interesante, atractiva o apetecible en cada momento. ¿Que hacer entonces? Todos estaréis pensando en que ver una película en esa maravillosa pantalla de apenas unas poquitas pulgadas con calidad de imagen pésima debería ser una buena opción. Y sí, a veces lo es. La oferta no suele ser mala del todo. Y aquí aparece otro de los motivos por los que me gustan los vuelos. El cine de «avión», podríamos denominarlo. Habitualmente puedes elegir entre novedades de Hollywood o películas clásicas de ayer, hoy y siempre. A mi me gusta la sección de «Películas de mundo». En serío, la llaman así: «World movies». Si el vuelo tiene origen o destino en Asia, la sección se convierte en un catálogo de «Bolliwood» o de cine chino. Y así, sin subtítulos ni nada, se hacen duras de ver. Pero en esta sección suele aparecer alguna película española o de algún país de habla hispana. Suelen ser películas que no se han estrenado en España, o si lo han hecho, han pasado sin pena ni gloria, muchas veces por la poquita pasta que se han gastado en promoción. Y te encuentras auténticas «joyitas». Joyas que probablemente vistas en condiciones normales, en un cine pequeñito, con sus butacas, su pantalla razonable y su obscuridad en la sala probablemente calificarías de auténticos bodrios. Pero vistas en el avión, sin ninguna otra distracción, merecen la pena. Alguna que otra me ha tocado la fibra sensible y/o me ha hecho reír a carcajadas. Y lo digo en serio. Pero no me preguntéis los títulos. Dada mi mala memoria, me veo incapaz, por lo menos hoy y ahora, de listarlos. Algún día.

En algunos ocasiones, ni la lectura es interesante ni la oferta de cine es lo suficientemente atractiva. Sólo queda la opción de pensar. Momentos de reflexión. Momentos de melancolía por lo que se fue y de ilusión por lo que viene. De pensar en el futuro: en los planes del fin de semana y en los planes de jubilación. Momentos de inventar historias que alguna vez susurraré al oído y que probablemente nunca escribiré.

Me encanta mirar la pantalla que muestra la ruta del vuelo. Mostrando los países y ciudades que sobrevuelo. Parece mentira, recorrer medio mundo en apenas unas horas sentado en una butaca, con lectura, cine y reflexión garantizada. Y en días como hoy, hasta con una copita de Oporto.

En los últimos meses mucha, muchísima gente esta recorriendo distancias más cortas. O más largas , pero no en avión. Viajan en patera, huyendo de la guerra y de la pobreza. Sin lectura, ni cine «de avión». Solo con sus reflexiones, sus miedos y sus esperanzas. Apenas con un poquito de vida, el que consigue conservarla. Con sus hijos, en muchos casos, sólo bebés. Con frío, mucho frío. Tanto para cruzar el mar, como para recorrer, después, andando, cientos, a veces miles de kilómetros hasta encontrar un lugar, un pueblo dispuesto a acogerlo, donde poder volver a empezar.

Imbuido en mis reflexiones, me pongo en su lugar. Me imagino ahí abajo, justo por donde ahora mismo estoy sobrevolando. Me imagino cargando con los dragones (mis hijos) en brazos, intentado sobrevivir, huyendo de una guerra que alguien estimó conveniente. Se me hiela la sangre solo de pensarlo. Y no puedo más que llorar. Ojalá ellos también pudieran volar.

Y después pienso cómo desde la gran Vieja Europa, con nuestro humanismo, nuestros derechos humanos, nuestras democracias establecidas y nuestro estado de bienestar (y digo «nuestro» porque parece que lo queremos para nosotros solos), les estamos tratando de mal: a patadas, recluyéndolos en campos, quitándoles sus pertenencias, poniéndoles muros y zancadillas en su huida, clasificándolos y tratándolos como el «marrón» que nadie quiere asumir. La Europa unida. Y cobarde. Y entonces sólo puedo sentir vergüenza. Muchísima. Y miedo, mucho miedo, por ver escenas no muy distintas a otras de hace unos años, que parece que hayamos olvidado probablemente porque no llegamos a vivirlas más allá de verlas en los libros de historia o en el cine.

Os recomiendo un par de cuentas de Twitter, que son de obligado seguimiento: por sus relatos, por ser puro periodismo y y por sus imagenes, duras, emocionantes y necesarias. Principe Marsupia @pmarsupia y…..Miguel A. Rodríguez (nada que ver con el del PP) @Marodriguez1971

Seguidlas, si podéis. Y por un momento poneos en el lugar de aquellos que retratan. Quiero creer que por un momento, todos pensaréis lo que yo ahora mismo estoy pensando: ojalá todos pudiéramos volar.

(Escrito durante un vuelo Hong Kong – Amsterdam)

 


 

Ayer me encontré con esto en el blog de Eric Lluent. Te recomiendo también su lectura.

Hasta la semana que viene.

 

1 comentario en “Hong Kong-Amsterdam. Marzo 2016”

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