Del hospital Niño Jesús conocía únicamente las consultas de traumatología. Allí íbamos periódicamente a las revisiones de la enfermedad de Diego hasta que nos comunicaron que tenían que operarle.
El 8 de marzo recogí, como cada tarde, a los peques del cole. Nos fuimos a merendar a casa y después al parque tal y como solemos hacer cada tarde. Sin embargo, pasado el rato de juego no fuimos a casa. Fuimos en metro y autobús al hospital. Allí nos dirigimos a ingresar a Diego y a que le asignaran una habitación.
Cuando subes a la primera planta y te alejas de las consultas entras en una zona diseñada especialmente para los niños. Imita un circo aquel techo tan alto, en lugar de escaleras hay una rampa y de camino a la habitación vimos que los peques disfrutaban de un teatro. Cuando nos dijeron la habitación que ocuparíamos (Sta. Isabel 3-4) el ambiente infantil quedó tras la puerta y nos dieron pijama y nos explicaron dónde estaban las cosas y que la tv era gratuita. Diego estaba aparentemente tranquilo. No quiso ir al teatro. En su lugar prefirió jugar un rato a la Nintendo.
A la habitación llegó la que sería nuestra compañera -¿o éramos nosotros sus compañeros?-. Una niña cuya edad no recuerdo -¿13 años?- que tenía daños cerebrales. A Iria, que así se llama, la operarían en el primer turno. Diego iría después.
El primer contacto, como puedes imaginar, era de dedicación a nuestros hijos. Cuando la situación estuvo bajo control y llegó la cena, empezamos a hablar. Hablamos de todo un poco: de los hospitales (ella, la madre de Iria) los conocía muy bien; de las operaciones de nuestros hijos.
Deduje erróneamente, tal vez por haber visto algún que otro caso en el Centro de Atención Temprana al que voy con Martín, que Iria había nacido con algún problema neurológico. Mi sorpresa fue cuando su madre empezó a contarme el historial de la pequeña:»Iria nació normal» me dijo. Me contó que de bebé «lloraba raro» y ella se lo decía a los médicos, esos médicos que a veces te miran con superioridad. Una superioridad unida a una madre novata a la que ignoraron, porque si la hubieran escuchado habrían visto que ese llanto raro era provocado por ataques epilépticos. Cuando los diagnosticaron ya era tarde. La pequeña ya tenía daños cerebrales.
Iria tiene una madre pequeña. Y luchadora. Me contó a grandes rasgos el historial médico de su hija: las distintas operaciones que han tenido que realizar y cómo pedir una segunda opinión les trajo de Galicia a Madrid.
¿Has oído alguna vez que en los hospitales no se descansa? La primera en decírmelo hace muchos años fue mi prima Rosana. La madre de Iria lo sabe muy bien, así que dio ORDEN TAJANTE de que nadie entrara en la habitación durante la noche para respetar el sueño de Iria, ya que no duerme bien y llora. Llora con un lamento imposible de apaciguar. Me quedé pasmada al ver que el personal respetó la petición de la madre.
Iria se durmió viendo en la tablet Peppa Pig.
A la mañana siguiente, antes de la operación, mi padre vino a la habitación con los ojos hinchados. Primero entró Iria en quirófano. Iria se ríe con mi padre. Por lo que nos contó su madre también ríe con sus dos hermanas pequeñas.
Cuando nos tocó el turno, Antonio pasó al antequirófano con Diego y yo pensé que era lo mejor porque no era bueno para Diego verme nerviosa, a punto de echarme a llorar. Antonio es mejor que yo… le hacía reír. Diego entró riendo a quirófano. Cuando Antonio se reunió con nosotros me eché a llorar y la madre de Iria se preocupó y me preguntó si había pasado algo. Me sentí culpable por llorar delante de ella. Me comprendió diciendo que era normal estar nerviosa.
Ambas operaciones salieron bien. Iria salió con una escayola con la que no contaba, pero su operación salió bien. Diego salió mejor que bien ya que la cirujana nos dijo que, si todo iba bien, podríamos marcharnos a casa esa misma tarde.
El despertar fue doloroso. Diego se quejaba, Iria lloraba. Tardaron en ponerles tranquilizantes -no entiendo por qué-. La madre de Iria advirtió a las enfermeras de que el paracetamol no le hacía nada. Tenía un escrito del cirujano. No le hicieron caso. Le pusieron paracetamol, que no le hizo nada, hasta que decidieron hacerle caso viendo que la pequeña cada vez se quejaba más, y le administraron el calmante que tanto la madre de Iria, como el escrito del cirujano, habían advertido antes.
Cuando nos dijeron que nos íbamos a casa fue toda una felicidad. No nos lo podíamos creer. Mientras nos llegaban los papeles del alta fuimos testigos de cómo a veces la burocracia hace perder la perspectiva.
Iria vino de Galicia a Madrid en una ambulancia sentada en su silla. La silla anclada. Cuando la madre solicitó la ambulancia para volver a Galicia, le comunicaron que la pequeña debía viajar de la misma manera que vino a Madrid: sentada. Cosa imposible porque estaba recién operada y debía volver tumbada.
Como ya te he dicho antes la madre de Iria es pequeña y luchadora. Le costó, pero al final consiguió después de muchas llamadas donde nosotros como testigos cada vez alucinábamos más. ¿En qué momento dejas de ser una persona para convertirte en un número? ¿En un caso? ¿Tan difícil era comprender la situación del paciente? (Por cierto que nos contó que el viaje de Galicia a Madrid lo hacían «del tirón». Sin parar y sin haber más de un conductor).
Te cuento todo esto porque hoy, 13 de mayo, es el Día del Niño Hospitalizado.
Me gustaría dedicar este post a Iria, su madre, Diego y todos los niños hospitalizados; a los profesionales de la salud: desde el administrativo que te recibe/despide con una palabra amable hasta el cirujano, enfermero, celador, etc. Pasando por los voluntarios que se pasan por las habitaciones dando abrazos y besos a los niños que están enfermos. Enfermedad y niño no deberían ir unidas, ¿verdad?
Feliz fin de semana
Qué homenaje tan necesario! Y tan bueno
Muchísimas gracias