Es la una y diez de la madrugada, así que aunque técnicamente es viernes, yo sigo en el día de Navidad.
Hasta que mi abuelo falleció, el día de Navidad íbamos a comer a casa de mis abuelos. Desde hace unos años, la comida familiar es en casa de mis padres. Coincidimos con mi adorada tía Clara, su marido Delfín y sus hijos Ángela y Nacho. Este año estaba mi abuela y me ha hecho muchísima ilusión verla.
La comida, os podéis imaginar, ha sido una sucesión de platos y más platos. Empiezas con muchas ganas y es imposible terminar.
Desde que tengo memoria, el día de Navidad en casa de mis abuelos era especial: nos poníamos guapos, veía a mis tíos y primos, comíamos hasta decir basta, jugábamos a las cartas y pasábamos un rato increíblemente divertido. El día de Navidad era eso. Bonito. Especial. Familiar. Y sigo con esa sensación en el corazón. Y he coincidido con un compañero de viaje para el que también es especial y así -creo- se lo hacemos ver a los peques.
En esa mesa en casa de mis abuelos donde nos apretábamos todos y donde a veces la risa te impedía comer siempre hubo tres platos especiales para mí: ensaladilla rusa -la de mi abuela es… pues eso: ¡de mi abuela!, lombarda con pasas y piñones y sopa de pescado.
Hoy, muchos años después; muchas navidades después, mi madre en un momento de la comida ha dicho:»falta la lombarda» y ha sacado una enorme fuente con comida de color morada. Mi prima Ángela y yo nos hemos puesto las botas y entonces he pensado en voz alta que la lombarda sabe a Navidad.
Como estoy un poco sensible, qué se le va a hacer, este fin de semana os voy a recomendar un clásico que espero que hayas visto: «Qué bello es vivir». Y recuerda: «Cada vez que suena una campana, un ángel consigue sus alas»
Feliz fin de semana