Hace un par de semanas hicimos una escapada a la playa. Sólo el fin de semana.
Salimos el viernes por la tarde -después de recoger a Antonio en la estación de Atocha, él volvía de Barcelona-.
Sabíamos que llegaríamos tarde, pero decidimos pasar la noche ya en nuestro destino y aprovechar todo el sábado de un primer bañito en el mediterráneo. Ganas de verano. Ganas de pasar más tiempo juntos.
Paramos a cenar cuando los peques empezaron a cansarse de coche. El típico bar cercano a la autovía. En el bar había máquinas tragaperras con sus atractivos colores (qué difícil explicarle a Diego que no echamos dinero en esas máquinas y por qué) y una máquina que no habían visto nunca:
También fue difícil convencer a Diego de no echar ninguna moneda en esa máquina.
Cenamos y antes de seguir nuestro camino cambié los pañales de Martín y Bruno. Cuando salí del aseo Diego vino a mí con una hucha horrible. Miré a Antonio preguntando de dónde había salido y he aquí cómo la consiguió:
Unos chicos estaban colocando el gancho y al pasar Diego por delante le dio al botón con tan buena suerte que salió esa hucha. A los chicos les hizo tanta gracia que se la regalaron a Diego.
Ahora lo complicado va a ser hacerle entender a Diego que en esas máquinas no es fácil conseguir el premio que quieres (salvo que se lo pida a su tío Aitor, que casi nunca falla).
Por cierto que la hucha no llegó íntegra a la playa, pero se merecía este pequeño homenaje.
Feliz fin de semana