Diego pide independencia a gritos. Empiezo (con congoja) a dejar que vuela solo de clase de música -ensayamos previamente dejándole volver hasta el parque, pero ahora ya vuelve solo a casa- y dejando que baje la basura o vaya a comprar pan.
Hace unas semanas fue solícito a la panadería. Cuando volvió me entregó la barra y las vueltas.
No sabes comprar pan
Diego se quedó extrañado cuando le dije esto. Supongo que preguntándose qué había hecho mal. No tardé mucho en explicarle que el que compra el pan tiene el privilegio de comerse el «currusco». Añadí además que el currusco de pan sabe mucho mejor recién comprado y camino de casa.
Diego entonces me dijo que se lo había comido, pero que le había dado la vuelta al pan en el envoltorio para que no le dijera nada.
Últimamente le repito mucho a Diego en distintas oportunidades del día a día que la gente «la caga». Que lo importante es reconocerlo y solucionarlo, pero que no mienta al respecto. A veces se lo explico con más gravedad, otras con menos, pero el mensaje siempre es el mismo: no mientas. Afrontaremos lo que sea juntos. Podré enfadarme, o no… siempre te voy a ayudar, pero si me mientes dejaré de confiar en ti y es lo peor que te puede pasar.
Anoche Diego, después de cenar, me preguntó si no tenía chuches que llevar a sus compis. Le respondí que no había preparado nada. Siguió viendo los dibujos un rato y después, bastante después, cuando ya estaba en la cama rompió a llorar porque le había prometido a sus compañeros una chuche.
Hoy Dieguete cumple 8 años. Y me doy cuenta de que el cada vez menos pequeño es responsable y comparte lo que siente. Y eso me encanta. Y me asusta pensar que pueda no hacerlo. Que en lugar de haberme dicho lo que le había prometido a sus compis se hubiera callado y disgustado. Que se me escapen detalles que en el mundo infantil son tan importantes y en el mundo adulto pasan desapercibidos.
Muchas felicidades, Diego.
8 años ya.